sábado, 12 de diciembre de 2009

Las comunidades de Raccaya y Umasi: La memoria de una masacre que dejó huellas*

Hace 26 años, 16 de octubre de 1983, los miembros de Sendero Luminoso (SL) reclutaron a más de 55 campesinos de la comunidad de Raccaya, entre hombres, mujeres y menores de edad, para conducirlos a la comunidad de Umasi, supuestamente para un “adoctrinamiento”. Ambas comunidades se ubican –separados por punas y quebradas– en el distrito de Canaria, en el extremo sur de la provincia de Víctor Fajardo en el centro-sur de Ayacucho. Mientras las personas reclutadas pernotaban en la escuela de Umasi, fueron sorprendidos por los militares de la base de Canaria. Los militares acribillaron a los varones y las mujeres fueron violadas antes de ser asesinadas, finalmente, todas las víctimas de Raccaya, fueron enterrados en tres fosas, a poca distancia de la escuela. Solo dos de los reclutados llegaron a escapar y pudieron dar su testimonio del hecho.

Umasi: Un pueblo que recuerda su pasado con dificultades

Umasi está situado entre la frontera de las provincias de Víctor Fajardo y Lucanas. Es un pueblo con muchas viviendas en ruinas, que no cuenta con los servicios básicos de luz y agua potable. Mientras caminamos por sus callecitas pedregosas una mujer nos dice que hay mucha violencia familiar, “mucho alcoholismo”. Otro poblador nos dice “bienvenidos al rincón de Fajardo”. De hecho es un pueblo olvidado en los confines del Estado. Hasta ahora, han afrontado gran parte de sus necesidades básicas, a través de la acción comunal. Así fue construida la trocha carrozable, por donde arribamos al pueblo, el 01 octubre de 2009.

En la reunión que tuvimos con las autoridades de Umasi, pedimos información sobre cómo ocurrió la masacre de los campesinos de Raccaya, en 1983. De pronto notamos que se incomodaron al escuchar nuestra petición, como ellos dicen: “año tras año viene pues con el caso de Raccaya, jueces, fiscales, hasta guardias”, pero “hasta ahorita no llega ningún beneficio para nosotros”. Así enfatizan que ni siquiera fueron considerados en el programa de reparaciones colectivas. Los que ahora viven en el pueblo son sobrevivientes de la violencia, muchos de ellos desplazados que regresaron para quedarse en el pueblo, “afrontando toda la miseria, el hambre, el clima”. La dificultad principal, como reconocen ellos, es la lejanía y el acceso geográfico, por eso no pueden exigir el derecho que les corresponde, mientras un profesor del lugar se pregunta “¿seguirá así por cuantos años más?” y agregó diciendo: “ningún gobernante se acuerda de nosotros”.

Luego de la reunión de recibimiento por parte de las autoridades de Umasi, fuimos al lugar de la masacre con la compañía de un poblador. Notamos la antigua escuela en ruina, el salón donde fueron acribillados, las huellas de las balas aun se vislumbran en las paredes. Según nuestro acompañante, fueron los propios pobladores de Umasi quienes cavaron las fosas por órdenes de los militares. Refiere que en las tres fosas están enterradas 43 víctimas.

Umasi: La escuela en ruina donde ocurrió la masacre.
Foto de Jonathan Moller.

Raccaya: La esperanza de poder enterrar dignamente a sus deudos

A simple mirada el pueblo de Raccaya tiene una mejor situación económica que la comunidad vecina de Umasi, pues reciben el apoyo condicional de la mina; ya que al pie del pueblo se ubica la planta procesadora de la empresa minera Catalina Huanca, donde muchos de los obreros provienen de Raccaya. Sin embargo, afrontan la contaminación ambiental de gases tóxicos como plomo y zinc, y el suelo ya no es fértil para la agricultura.

Pero quizá sea el recuerdo desgarrador de sus deudos lo que más les aqueja. Saben que están enterrados en el pueblo de Umasi, pero nunca han ido al lugar. Los dos únicos sobrevivientes que escaparon de la masacre, Damían y Calasio, reclutados por SL ya han fallecido. La trasmisión de la experiencia de vida de estos dos sobrevivientes es lo que queda en el recuerdo de los familiares sobre la forma cómo fueron masacrados sus deudos.

El drama y el trauma son la expresión de muchos de los familiares a los que entrevistamos. Aquí el clamor va en la dirección de poder recuperar el cuerpo de sus seres queridos para un entierro digno, el cuerpo que les pertenece, como dice Rosilda, el cuerpo de su hermano reclutado y asesinado, también es su cuerpo. Por eso ella pide con llanto: “yo quisiera que nos apoyara para recoger ese cuerpo, queremos enterrarlo acá en nuestro pueblo, cuánto quisiera recogerlo, verlo a mi hermano, ya que no he visto en 25 años. Mi hermano falleció año 83. Quisiera que nos apoyaran para recoger todos nuestros fallecidos, queremos verlo todos sus familiares.” Agrega que los familiares han acudido a diversas instituciones, tanto en Ayacucho como en Lima, pero no han hallado respuesta satisfactoria a sus demandas.


Raccaya: Rosilda mostrando la foto de su hermano Otto Romero.
Foto de Jonathan Moller.

La memoria que se desvanece

Han pasado 26 años desde que ocurrieron los hechos de la masacre, mientras estas poblaciones siguen abandonadas y esperando reparación y/o justicia. La historia de la masacre es algo que une tanto a Raccaya como a Umasi, pero la memoria de ese pasado no corresponde de la misma forma a ambos pueblos: Umasi exige la reparación de los daños ocasionados por la guerra interna –la construcción de servicios básicos–, mientras Raccaya pide la restitución de sus deudos enterrados en las fosas comunes de Umasi.

La memoria es la materia prima para recordar el pasado, no solo para los familiares de las víctimas, sino también para la historia de la humanidad. Sin embargo, los vehículos vivos de la memoria oral van desvaneciendo debido a que los familiares directos y sobrevivientes van envejeciendo y muriendo de tanto esperar justicia, al extremo de ser atados como cautivos de la misma justicia protocolar, mientras sus denuncias fiscales no proceden o se alarga por varios años. Si esto sigue así, solo quedarán los depósitos materiales de la memoria: las ruinas de la escuela, las huellas de las balas, las fosas comunes. Ellos quedaran como “lugares de memoria” y mientras los responsables quedan impunes.

No esperemos pues que eso ocurra. Aún estamos en la posibilidad de restituir el cuerpo de estos peruanos para que sus familiares los puedan enterrar dignamente en la forma que deseen, y así puedan, por lo menos, cerrar el ciclo de duelo y sentir la posibilidad de reencontrarse en la dimensión afectiva con sus seres queridos. Por ahora los familiares han recordado a sus deudos, una fecha más, en el día de Todos los Santos.

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* Este artículo fue publicado en la revista Retablo # 30 de la Asociación de Servicios Educativos Rurales (SER). Ayacucho, 31 de noviembre de 2009.